Pedro Olalla "Historia menor de Grecia"

"Historia menor de Grecia" toma directamente las fuentes históricas para plasmar de forma literaria una reveladora colección de gestos humanos: decisiones, testimonios, ejemplos de conducta, personajes y hechos de la "segunda fila" de la historia que ilustran de manera esclarecedora y emotiva la conformación y la supervivencia de la actitud humanista desde la Antigüedad hasta nuestros días.

La imagen actual de distintos rincones de Grecia, Turquía, Siria, Egipto, el interior de Europa o la lejana Mesopotamia, nos acerca a momentos de la vida de más de un centenar de personajes históricos en los que se demuestra su grandeza, su miseria o su contradicción. Aristóteles en el Ninfeo de Mieza, Polibio navegando hacia el exilio, Damaris en el Areópago, Athenais a las puertas de Jerusalén, Metodio en Moravia, Ibn Qurra en la lejana Carras, Pletón de regreso a Mistrás, Montaigne en su biblioteca de Périgord, Evliya Çelebi en Atenas, el Capitán Leake en los montes de Arcadia, Delacroix en su estudio de París... Un vibrante relato de episodios menores sorprendentes y desconocidos que nos ayudan a pensar y sentir a la vez.

Contra lo que pueda parecer, "Historia menor de Grecia" no es en el fondo la historia de un país, ni de un pueblo, ni de un espacio geográfico. Como en la Historia escrita por Heródoto, los protagonistas no son los griegos ni los persas: son los hombres, todos los hombres. Sus páginas nos llevan a explorar lo humano, a intentar esa búsqueda que ha caracterizado siempre al espíritu griego desde los lejanísimos días de Homero. Su lectura nos alerta sobre la fragilidad de la cultura, sobre lo efímero de sus conquistas y la necesidad de defenderlas cada día que amanece; nos ayuda a comprender que la única civilización posible es la que une a los hombres contra la barbarie; y nos enseña una vez más a ser humildes, esa única lección que reiteradamente nos repite la Historia.

Pedro Olalla lee las primeras páginas de "Historia menor de Grecia"
Fuente: youtube.com

Costas de Jonia Oriental, Mar Egeo, aproximadamente 750 A.C.
Apoyado en su báculo, un aedo de mediana edad y cuerpo robusto avanza a zancadas sobre las rocas bajo las que se esconden los cangrejos y los pulpos. El agua que entra y sale de las oquedades acompaña el flujo de sus pensamientos. El aedo ha repetido ante muchas audiencias las genealogías de los antepasados, las proezas de los que fueron a Troya y a la Cólquide, las leyendas de aquel puñado de hombres que en los tiempos antiguos vivieron contiguos a los dioses y que incluso llegaron a disputar con ellos su destino. Rasgando la lira o la cítara e improvisando con maestría sonoros hexámetros, ha evocado una y otra vez la aurora de los dedos de rosa, las carnes humeantes sobre los trípodes de bronce, la mirada distante de los dioses y la ruidosa caída de los guerreros muertos.

Últimamente, el aedo se siente arrastrado por una tentación desconocida. Quiere llevar los mitos y los versos de la larga tradición en la que se ha criado hacia un poema nuevo: un poema donde lo colosal, lo oculto y lo eterno aparezcan al lado de lo humano, donde la muerte de un enemigo sea narrada con el mismo dolor que la de un aliado, donde se muestre verdaderamente que no hay sobre la tierra nada más miserable y más grandioso que el hombre.

Para lo que se propone, no necesitará -como es costumbre- narrar una campaña de principio a fin. Le bastará con unos pocos días anteriores a la toma de Troya, y no será siquiera necesario describir la caída. Él prestará su voz para cantar la cólera de Aquiles, que arrastró al Hades las almas de tantos aqueos y troyanos. Si la Musa consiente hará entender que la fragilidad y la grandeza del hombre van unidas inseparablemente; se esforzará en trazar una imagen del héroe sin perfilar netamente sus rasgos ni señalarlo nunca de manera inequívoca; dejará percibir sus brillos de excelencia confundidos a menudo con bajeza o con contradicción; y hará sentir que el éxito y el fracaso son en el fondo circunstancias ajenas a su verdadera condición. Aquiles llevará este mensaje, pero también Héctor, y los dioses que los miran luchar, y el caballo que predice la muerte del Pelida.

Ahora, resguardado del sol en una gruta donde huele a salitre y a algas, presiente que el poema que se propone componer está llamado a sustentarse en la escritura en vez de en la memoria, a cambiar la voz de los aedos por la de esos extraños dones con voz y pensamiento que Cadmo trajo un día a estas tierras. Su creación exige una osadía, tal vez un sacrilegio: dejar la palabra expuesta al silencio de la mirada.

Prudente y reflexivo, el aedo reconsidera nuevamente su propósito. La brisa racheada aventa duras gotas de mar. En los tiempos que vengan, aunque callen la cítara y la lira, aunque desaparezcan las naves y las guerras, su creación no dejará de ser eterna, y los hombres alcanzarán la altura de esos nuevos versos tan sólo el día en que tomen conciencia de la humildad de su naturaleza, en que se sientan seducidos por sí mismos hacia el bien, en que se sepan jueces solitarios de sus actos, en que compadezcan de veras la desgracia y el sufrimiento ajenos, y en que consigan asumir su destino en vez de soportarlo. Es dudoso, no obstante, que esto suceda pronto.

Pedro Olalla González de la Vega (Oviedo, España, 1966) es escritor, helenista, profesor, traductor, fotógrafo y cineasta, y en estos campos desarrolla su actividad profesional en colaboración con editoriales, universidades e instituciones culturales de diversos países del mundo. Desde hace veintiocho años, mantiene una intensa relación con Grecia, país en el que se inició en el helenismo y en el que, en 1994, fijó su residencia para dedicarse a la investigación, la creación y la didáctica. Su principal ocupación es la escritura (27 títulos originales en distintas lenguas), campo en el que ha publicado obras de contenido literario y cultural, guiones y audiovisuales, así como una larga serie de artículos periodísticos y traducciones de autores griegos y españoles. Impartió cursos de griego moderno en la Universidad de Oviedo y, ya en Grecia, fue durante años director del Boletín Cultural de la Embajada de España, redactor jefe de la revista mensual bilingüe "El Sol de Atenas" y profesor del "Máster de Traducción y Traductología" de la Universidad de Atenas. Desde 1994 trabaja como profesor en el Instituto Cervantes de Atenas y en el Parlamento Griego, colaborando asimismo con otras instituciones. Como fotógrafo, ha realizado diversas publicaciones y más de cuarenta exposiciones individuales en distintos países; como lexicógrafo, es coautor del "Nuevo Diccionario Griego Español" (ed. Texto), para el que trabajó durante años becado por la Fundación A. G. Leventi; como investigador y fotógrafo, ha colaborado con editoriales especializadas como National Geographic, Thames & Hudson, Altaïr, Planeta, Road Editions, etc. así como con diferentes productoras y cadenas de televisión.

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