Juan Luis Guerra, guerra en paz

"La música estaba dentro de mí y sentía que en el patio de mi casa hasta los aguacates cantaban”.

Lo primero que llama la atención son sus 6’5” de altura, que lo obligan a agacharse para atravesar la puerta. Si a ello se suma su estatura dentro de la industria de la música latinoamericana, su presencia intimida como la de un gigante. Pero cuando se sienta a hablar, la profundidad de su mirada y la serenidad de su voz transmiten una reconfortante sensación de confianza y de paz.

La vida de Juan Luis Guerra está llena de contrastes. Considerado por muchos como un revolucionario a través de sus canciones, este famoso cantautor dominicano ha tenido que luchar toda su vida para vencer la timidez que casi le paralizaba a la hora de subir a un escenario.

A dos meses de cumplir sus 50 años, se siente satisfecho al repasar su vida. Especialmente, se reafirma en la decisión de haber frenado el curso que llevaba su carrera, a mediados de los años 90, cuando precisamente, estaba en el punto más alto de su fama junto al grupo 440.

“Cuando salió ‘Ojalá que llueva café’ en el 1989, no estábamos preparados para el giro que tomó nuestra carrera en ese momento. Cuando viajábamos a un país y nos encontrábamos con una multitud, nos sorprendíamos porque desconocíamos el fenómeno que se estaba creando. No estábamos analizando cuál era la fórmula, simplemente estábamos haciendo lo que queríamos y estaba funcionando. Después que salió el disco “Bachata Rosa” (1990) es que decido hacer una pausa, porque hacíamos una cantidad tan grande de giras que estaba fuera de control. Más que nada estaba agotado, porque era tanta la presión de la disquera y los promotores, que se me fue de las manos. Por eso tuve que decir ¡basta!”, recuerda Juan Luis.

Desde su infancia, en la calle Bolívar 2 de Santo Domingo, todo lo que veía a su alrededor lo motivaba a cantar.

“Tuve una niñez muy hermosa junto con mis padres y mis tíos. Mis hermanos y yo éramos muy consentidos”, dice con una nostálgica sonrisa. “Al lado de nuestra casa estaba el Teatro Independencia, que era donde se presentaban las grandes estrellas de ese tiempo.

Además, mi papá, que era deportista, viajaba mucho y siempre venía cargado de discos. Era un hogar muy musical, en el que se escuchaban los Beatles, El Gran Combo y a Joseíto Mateo, eso era lo que yo asimilaba. La música estaba dentro de mí y sentía que en el patio de mi casa hasta los aguacates cantaban”, dice quien se dedicó a amenizar las entregas de nota en la escuela elemental, cantando boleros de Agustín Lara.

Ya a sus 12 años de edad, Juan Luis comenzó a trazar su destino. “Mi hermano compró una guitarra y desde ese momento no me desligué de ella. Ahí comenzó el hambre de desarrollarme como músico y empecé a tomar clases de guitarra en el Conservatorio de Música”, relata el artista.

De sus años como estudiante universitario en Berklee College en Boston guarda gratos recuerdos, excepto por la adaptación al frío invierno. “Me encantaba la vida universitaria porque era un ambiente muy musical, perfecto para mí. Fui a Boston pensando graduarme como guitarrista, pero en el camino me di cuenta de que cuando tocaba música de otra gente no sucedía nada. Sin embargo, cuando le ponía un arreglo caribeño a mi música, a todo el mundo le llamaba la atención”.

Pero cuando regresó a su país natal no todo fue tan fácil para Juan Luis Guerra. Su fusión de jazz con merengue pambiche no cautivó a sus paisanos, que preferían los estilos bailables de Johnny Ventura y Wilfrido Vargas. Su primer disco junto al grupo 440, “Soplando” (1984), que hoy es una pieza de colección, fue un fracaso en ventas. Frente a esa realidad y la presión de su sello disquero, tuvo que hacer ajustes a su propuesta y con el cambio llegó su primer éxito radial, “Si tú te vas”, con el que comenzó a introducirse en todas las esferas sociales.

En la década del 90, Juan Luis Guerra ya no sólo brillaba en la República Dominicana, su luz se había extendido por toda Latinoamérica y Europa. Con “Bachata Rosa” (1990) ganó su primer Grammy y comenzó a grabarse en la historia de la música hispana. Sin embargo, no era feliz.

“Había una angustia en mi vida, porque me faltaba paz”, confiesa. “Me preguntaba por qué tantos premios y reconocimientos, tanto dinero, tanta fama y aún me falta la paz. Hasta que un día me predicaron del Señor Jesús y de que Él me daría la paz que yo buscaba. Hace 12 años que tuve mi encuentro con el Señor”.

Encuentro que describe como una experiencia más sencilla de lo que muchos imaginan. “La Palabra dice que si tú confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y lo crees en el corazón, eres salvo. Es tan sencillo como decir ‘Jesús te acepto en mi corazón’ y punto”.

El cambio más significativo para Juan Luis fue poder vencer la timidez que en ocasiones ha sido confundida con arrogancia. “Si se confundía mi timidez con antipatía la culpa era mía, porque en muchas ocasiones yo veía la gente de un lado y me iba por el otro para no pasar la vergüenza de hablarles. Los Guerra en general somos personas reservadas. Yo a veces cuando tocaba la guitarra me colocaba detrás del amplificador para que no me vieran. Ahora sé que tengo que mentalizarme para hacer que el público la pase bien, pero al principio no era así... Antes lo que quería era salir rápido a la tarima para acabar con ese momento. La Palabra lo primero que te dice es que ames a tu prójimo como a ti mismo. Ése es un mandamiento, no una sugerencia”, dice convencido.

La paternidad ha sido otro factor importante en la transformación de Juan Luis Guerra. Sus hijos, Juan Gabriel, de 20 años, y Paulina, de 7, también han sido maestros para él. “Una vez Paulina dijo algo que fue revelador para mí: ‘Mi papá es amigo de todo el mundo’. Así es que veo las cosas ahora. Me disfruto compartir con la gente, sobre todo cuando veo personas que necesitan ese cariño y el Señor me dice ‘abrázalo’, porque ese gesto le puede cambiar la vida a alguien”.

Paulina, su bebé, es también la que tiene la llave de su corazón. “Las nenas ponen de mojiganga a los papás. Las cosas que he hecho por mi hija no te las puedo decir... Ella es completamente extrovertida, un amor y ya toca muy bien el piano”, dice orgulloso.

Con Juan Gabriel, quien se parece más a él, la relación es excelente, comenta. “Está estudiando cinematografí a en Nueva York. Me gusta que me dé participación en todo lo que hace y trato de ser su amigo. Él tiene mucho de mí, es tranquilito, pero le cae mejor a la gente”, bromea quien espera hacer su primera composición de cine para su hijo.

A su esposa, Nora, Juan Luis la describe como la musa de sus canciones y su mejor crítica. Por eso es su costumbre cantarle a ella primero que a nadie cada una de sus nuevas composiciones. “Nora es fundamental para mí, porque las esposas de los artistas la pasan muy difícil. Sin su entendimiento y hasta misericordia, diría yo, no estaríamos aquí. Pero en el matrimonio nos hemos fajado los dos, basándonos en algo que dice la Palabra: ‘No dejes que el sol se ponga sobre tu enojo’. Además, hay que huirle a las tentaciones. Como hombre sé dónde está la tentación y si está de este lado, yo cojo para el contrario”, aconseja.

El otro gran amor de Juan Luis es su patria a la que no sólo le ha dedicado muchas de sus letras, sino por la que prefiere trabajar a través de su fundación que como político. “Yo no me veo como político. En mi país hay mucha necesidad, pero creo que puedo ayudar más con la fundación. Estoy muy contento con lo que estamos haciendo por los niños huérfanos, centros de rehabilitació n de jóvenes adictos y asistencia a hospitales infantiles. Ahora estamos trabajando para construir un área especializada para niños con hidrocefalia en un hospital, porque para mí son los pacientes más abandonados”.

Así las cosas, Juan Luis no se visualiza viviendo fuera de su querida República Dominicana. “¿Y para dónde me voy?”, cuestiona ante la simple sugerencia. “Allí tengo mi casa, mis hermanos viviendo enfrente de mí, la iglesia y mi gente. Mudarme de Santo Domingo es algo que nunca me ha pasado por la mente. Me encanta viajar y conocer lugares, pero no es más de diez días, porque tengo que volver”, concluye.

[Ana Enid López Rodríguez (El Nuevo Día, Puerto Rico)]



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